Estoy rumbo a Quillabamba desde la ciudad del Cusco. Me acompaña Beatriza, una matsigenka de 28 años. Le pesa la mirada mientras pasamos el abra Málaga. Es la altura. Estamos a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Su bebé, de tres meses, también la está pasando mal. Miro preocupado a Beatriza y ella, despeinada, como si despertara de un pesado sueño, saca una gran sonrisa y ríe con tres sílabas encantadoras. Le quito la mirada y luego de un rato la vuelvo a mirar, e igual, ella me planta la misma risa y sonrisa. Está programada. Hay que reír frente a la muerte Beatriza, me hizo recordar una anécdota que me pasó hace ya varios años atrás. Visitaba yo la comunidad nativa de Timpia. Al día siguiente, junto a dos varones matsigenka, fui hacia el asentamiento de Tsomontoni, el hogar de ellos. Caminamos un buen trecho, a toda prisa, hasta que llegamos a la orilla del río. Teníamos que vadear para seguir nuestro camino. Los dos matsigenka, rápidamente, sacaron de entre los ar...
Ensayos, artículos y reflexiones sobre la gente del bosque y del río amazónico