Hay que ganarse las categorías de "hermano" y "compañero". En Cashiriari (Bajo Urubamba), junio de 2014 |
Voy a tratar de plantear el tema de la mejor manera,
tratando de no ofender a nadie. Quienes no pertenecemos a un contexto indígena,
con regularidad solemos llamar a los indígenas con un término que nos ofrece la
sensación de cercanía social, de respeto, de comunión. A los indígenas
amazónicos de las comunidades nativas solemos decirles “hermanos”, mientras que
a los indígenas quechuas o aymaras de las comunidades campesinas les decimos
“compañeros”. ¿A qué responde esta actitud? ¿Realmente un término puede acercar
a dos personas culturalmente distantes e históricamente desvinculadas?
Considero que debemos encontrar las palabras (y las actitudes) adecuadas si
queremos ganar la confianza de alguien que en la práctica no conocemos.
Entiendo que la utilización de estos términos responde a una
postura indigenista sincera (al menos la mayor parte de las veces), a una práctica intercultural y a un intento
de resarcir el poder pernicioso que los nuestros han ejercido sobre aquellos.
Bueno, si queremos mostrar realmente respeto, no deberíamos sentir pena por
ellos, esa es una actitud paternalista y una forma de discriminación. Así
también, no deberíamos repartir términos de parentesco o de compañerismo de
forma gratuita, hinchadas de vacío emocional, sin antes ganarse ese derecho en
base a la convivencia y al consentimiento mutuo.
Por estas razones, me parece inapropiado llamar “hermano” al
indígena que apenas conocemos y que al mismo tiempo nos refracta la idea de
desamparo. Así también, me parece inapropiado llamar “compañero” a alguien que
no hemos acompañado nunca en su camino, en sus ideas, acciones, pensamientos e
ilusiones. Son dos términos que deberíamos usarlos con más prudencia, ya que no
son gratuitos, y más bien contienen un alto sentido de confraternidad, respeto,
solidaridad y compasión forjados en base al vínculo, el cual, a su vez, se construye
en el camino de la vida compartida. Voy a usar un ejemplo para ilustrar la
idea. Los indígenas amazónicos, antes de la llegada de los maestros de escuela,
no tenían nombres propios para referirse unos a otros, sino que utilizaban términos
de parentesco. Una persona llamaba a su progenitor “padre”, y éste decía “hijo”
a su descendiente. Los términos de parentesco no sólo reemplazaban o hacían
innecesaria la utilización de nombres propios, sino que además constituían la
base de la unidad familiar (solidaridad, fraternidad, compañerismo, compromiso,
defensa) en oposición a familias o clanes enemigos, en oposición a los extraños
o extranjeros. Así que ser “hermano” o “compañero” de alguien, no es un estatus
instantáneo, hay que ganárselo de dos formas: nacer en el seno familiar o
ingresar a él en base al mérito. El matrimonio o el compadrazgo, por ejemplo,
son formas de entrar al círculo familiar.
Una vez comenté estas ideas en mi Facebook, y una persona
escribió que todos éramos hermanos sin importar raza, color, procedencia, sexo,
etc., que todos éramos iguales bajo los ojos de Dios, y que yo estaba mostrando
una actitud racista y excluyente hacia los indígenas por ser indígenas. Este
comentario me hizo pensar que el sentido espiritual de la palabra “hermano” va
más allá de las etiquetas del parentesco y las explicaciones sociales, sin
duda, pero sólo he conocido algunos sacerdotes católicos, pastores
protestantes, shamanes amazónicos y paq’os andinos que la utilizan con tal
naturalidad que fácilmente diluyen a la más antigua de las diferencias
culturales. Así que utilizar la palabra “hermano” en el sentido espiritual,
también exige de una preparación, pero de aquella relacionada al sacrificio. En
fin.
Ahora, ¿Alguna vez les han preguntado si los pueden llamar “hermanos” o “compañeros”? ¿Se han
preguntado cómo reciben estas denominaciones? ¿Han notado cómo reaccionan a
nuestro llamado al parentesco? No voy a responder por ellos, sin embargo, tengo
la impresión de que la primera vez se sienten extrañados y, después de hallar
intereses mutuos, repiten o nos devuelven los mismos términos como una forma de
interrelación, como un saludo repetitivo que pierde el sentido de fondo y que
poco a poco se transforma en una moda.
Pero por otro lado, realmente algunos lo pueden tomar como una
deferencia, como la proposición de una alianza intercultural que implícitamente
conlleva responsabilidades mutuas. O sea
que lo toman en serio, como si en verdad nosotros quisiéramos ser sus hermanos
o compañeros en el sentido del parentesco. Esto genera, sin duda, expectativa en
el indígena. Y cuando esa expectativa termina por develar un engaño terminológico,
una estrategia de inclusión compasiva, entonces se transforma en frustración.
¿Cuál sería entonces la forma de llamar a los indígenas sin
transgredir su parentesco? Para empezar, se debe considerar que toda persona
extraña o externa a nuestra cultura es un ser humano que merece respeto, hasta
que demuestre lo contrario. Y un término de respeto en nuestra cultura,
aplicable a todo aquel o aquella que no pertenece a nuestro círculo familiar,
es el de “Señor” o “Señora”, seguido del nombre. Pero unida a estas palabras se
debe mostrar una actitud de respeto, no la actitud displicente o sumisa, sino
la firme, seria, sincera, transparente, abierta y cordial.
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