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Lecciones de género, familia e infancia de la gente del bosque y del río. Una guía para el ejercicio docente


INTRODUCCIÓN

Interactuar en espacios culturales diferentes al nuestro siempre nos genera sentimientos encontrados. De esto podrían hablar muy bien quienes han vivido por largo tiempo en una comunidad nativa. Por ejemplo, los/las docentes que fueron formados en las urbes, como resultado de su interacción con niños y padres de familia indígenas, tienen mil anécdotas que merecen compartirse como fuentes de reflexión y aprendizaje. Yo quisiera compartirles algunas que recibí de ellos, pero con una finalidad, la de reconocer que los indígenas amazónicos nos dan varias lecciones sobre los roles de género, la conformación de la familia y la construcción de la niñez y la infancia. No voy a detallar cada anécdota, solo quiero enumerarlas brevemente en casos:

Primer caso: Un padre de familia y su mujer van caminando a la chacra; el varón, que toma siempre la delantera, lleva su escopeta y su machete, mientras que la mujer, varios metros atrás, lleva a los niños, la yuca, el plátano y las herramientas de cultivo.

Segundo caso: Una madre de familia castiga a su menor hijo, a un niño de cinco años, sobándole con ortiga en las piernas y en la espalda.

Tercer caso: Una profesora define a sus estudiantes como tercos para obedecer, confianzudos con sus profesores y bruscos en su trato con sus compañeros.

Desconocer la cosmovisión indígena y vivir centrados en nuestra dimensión cultural podría generar interpretaciones fáciles y cómodas de estas historias. Rápidamente diríamos que se trata de machismo, salvajismo, analfabetismo, ignorancia, desamor, sadismo, brujería, primitivismo. También podríamos ser más condescendientes y decir “bueno, son sus creencias, hay que respetarlas, aunque no estoy de acuerdo con ellas”. Pero en el ejercicio docente ninguna de estas salidas ayuda a la formación académica y personal del niño o niña indígena, ¿verdad?.

Talvez con revisar la historia de ese pueblo, detenerse a observar sus comportamientos relacionándolos a su entorno natural y espiritual, percatarse de los aspectos simbólicos, las metáforas y de las concepciones de tiempo y espacio, revisar artículos académicos y monografías, preguntar a los más ancianos y ancianas, darse cuenta de las transformaciones culturales y, finalmente, relativizar nuestras propias creencias y concepciones, talvez eso ayudaría a convertir nuestros prematuros juicios en lecciones permanentes.

LECCIONES DE GÉNERO

¿Dominación masculina? Los pueblos indígenas amazónicos están muy lejos de eso, aunque los casos que vemos a diario en las noticias nos lleven fácilmente a esta interpretación. Como docentes cada uno de ustedes tiene que despojarse de estas afirmaciones facilistas que en el fondo encierran actitudes de superioridad y exclusión.

Considero de que cada varón y mujer indígena tiene un rol de género específico que corresponde a su sexo. Los roles son una extensión de la condición sexual del sujeto. Por ejemplo, a una mujer le corresponde engendrar y a un varón procrear, porque ambos tienen los órganos sexuales correspondientes. La mujer que procrea cuida y atiende a sus hijas e hijos. El varón que engendra les provee de alimento y los entrena en las actividades que le competen como varón: cazar, pescar y explorar en el bosque y en el río. La mujer se encargará de cuidar el fogón, preparar los alimentos, atender a las mascotas y servir a las visitas; mientras que el varón se encargará de traer los alimentos, limpiar la chacra, construir la casa e interactuar con las visitas.

De ninguna manera debemos caer en el clásico tópico de que el rol del varón es superior al de la mujer o viceversa. Al contrario, debemos considerar de que ambos roles, aunque distintos y muchas veces predeterminados, no se contraponen ni entran en conflicto, sino que más bien se complementan, se apoyan mutuamente, interactúan, confluyen, proceden, se dinamizan, funcionan. Por ejemplo, la mujer no puede preparar los alimentos si es que su esposo no los trae. Si uno de ellos falla, la nutrición de los niños y niñas declina, así de sencillo.

Otro aspecto que se debe entender es que la diferencia de roles entre varón y mujer tiene un propósito y una razón que se puede explicar fácilmente cuando ingresas a la dinámica y a la lógica del hogar y de la comunidad. La mujer es sedentaria, porque cuida el fogón, prepara los alimentos y se encarga de sus hijos e hijas. La esposa es local, es el centro, el punto de salida y de llegada, es la casa, el hogar, el equilibrio. En cambio, el varón, por su hábito de salir del hogar para cazar, pescar o visitar a sus parientes, es global, es el que explora, el que busca. El varón representa la dispersión, el exterior; es el político, el negociador, el intermediario. Es por ello que muchas organizaciones estatales y no estatales sufren cuando ven participar sólo a los varones en las asambleas comunales, mientras que las mujeres permanecen calladas, hilando o cargando a sus hijos.

Sí, el varón representa, pero no decide. Bueno, tiene la facultad de decidir para sí mismo, pero debe consultar antes a su mujer, a la que cuida el fogón si la decisión afecta a la familia y a los miembros de la comunidad. Desde luego, el discernimiento del varón se toma muy en cuenta, ya que su condición de viajero le permite conocer los puntos de vista externos a la comunidad, sin embargo, muchas veces, la mujer es determinante en sus decisiones cuando ve amenazada la integridad de su hogar y de su familia. Como ejemplo, he visto muchas asambleas comunales en donde los varones deciden cosas, con actas y todo, pero al día siguiente se retractan si sus esposas no estuvieron de acuerdo.

Por otra parte, debemos tener cuidado al momento de valorar los roles de género. Por ejemplo, decir que un rol específico de la mujer es más ponderable que otro. Esto es muy fácil cuando el sistema económico liberal ha ingresado en las comunidades: se valora el rol de la mujer cuando hace artesanías para venderlas, o se valora el rol del varón cuando es nombrado dirigente o tiene que representar a la comunidad ante los poderes del estado y las inversiones extranjeras. Esto declina en la preferencia de unos roles por otros con la finalidad de conseguir más recursos económicos, descuidando así otros roles que son necesarios para la reproducción familiar y la nutrición del niño o niña.

Para terminar esta parte, quiero decirles que los roles de género no son permanentes. Hasta antes de la modernidad, la gente del bosque y del río definía sus roles según el sexo, pero ahora, con la injerencia del sistema social y económico predominante, los roles de género en la selva se están extendiendo o cambiando. Ustedes, como docentes, tienen que percatarse en qué momento estos cambios perjudican la nutrición y el afecto que deben recibir los niños y niñas.

LECCIONES DE FAMILIA

Entre la gente del bosque y del río la familia es el sistema social más fortalecido que pueda existir. Es la base de la comunidad y el sustento del individuo. El valor de la familia es el recurso de subsistencia y posteridad más importante. Todo cuanto uno o una es, parte de la familia y llega a ella. No es casualidad que entre la mayoría de pueblos indígenas la residencia y la descendencia sea matrilocal y matrilinial, es decir, cuando hay una nueva pareja, ésta vive en la casa de la madre de la esposa o cerca de ella (matrilocal), y cuando los hijos e hijas heredan el nombre, el idioma, la étnia o las propiedades, lo hacen por vía de su madre (matrilineal). Recuerden que la mujer es centro, estabilidad, fertilidad, sedentarismo.

La salud de la familia se mide por su número, por su extensión y por su capacidad de influir en la comunidad. En términos educativos, si una familia es numerosa y extensa mayores son las probabilidades de socialización de las niñas y niños, situación que influye positivamente en sus capacidades de aprendizaje y en la consolidación de su autoestima y seguridad. Una familia pequeña y reducida es una familia en riesgo, porque es vulnerable a una pésima alimentación, a la enfermedad, a la inseguridad y a la exclusión.

Por otra parte, es difícil pensar que una familia está compuesta sólo por la madre, el padre y sus hijas e hijos (una familia nuclear en nuestro idioma). Entre la gente del bosque y del río la familia nuclear se halla inmersa en la familia extensa. ¿Qué es la familia extensa? Para entender mejor nos preguntaremos ¿Quiénes conforman la familia extensa? Aparte del padre y la madre, están las abuelas y abuelos, los tíos y tías, los primos y primas, los cuñados y las nueras.

Un aspecto importante que los docentes deben tomar en cuenta es que toda la familia extensa participa en la formación y cuidado de los niños y niñas. Desde luego, la responsabilidad principal recae en la madre, y solo ella tiene la facultad de corregir ligera o severamente a su hijo o hija. Los demás miembros de la familia intervienen con sus comentarios o argumentos, pero difícilmente corrigen, excepto si la madre está ausente o es demasiado joven para ejercer autoridad.

El principal rol de crianza, atención, cuidado y formación del niño o niña recae en la madre, pero también en la abuela materna cuando ésta es demasiado joven o está ausente. El padre tiene un rol periférico y muchas veces itinerante, por ello, la “figura paterna” del niño o niña generalmente es consolidada por sus tíos maternos (los hermanos de la madre). La confianza, afinidad y cariño que logran los tíos maternos con sus sobrinos y sobrinas es irremplazable.

Pero ¿por qué el tío y no el papá? Antes de la modernidad, los tíos eran potenciales suegros de sus sobrinos o sobrinas, claro, bajo ciertas reglas de parentesco que hoy ya no existen, pero con la clara intensión de fortalecer los vínculos entre esposo–esposa y suegro–yerno o nuera. Esto generaba familias sólidas y perennes. Ahora bien, el padre interviene poco debido a su rol externo (es viajero y explorador y está ausente de casa por largos períodos). Desde luego, algunos varones también forman hogares en otras comunidades, dejando a sus hijos e hijas al cuidado de la madre.

Para terminar esta parte, quiero recalcar que el/la docente es un actor más entre la variada formación que recibe el niño o la niña dentro de la familia, aunque tiene un rol distinto y muchas veces predominante dada la importancia que las familias indígenas le otorgan a la educación formal. Esto le otorga una responsabilidad que va más allá de su rol pedagógico. Así también, el/la docente debe darse cuenta de que, frente a niños y niñas de hogares fragmentados, es más importante ofrecer afecto y autoestima que una formación pedagógica.

LECCIONES DE LA NIÑEZ Y LA INFANCIA

Antiguamente, cuando nacía el niño o niña no se le daba un nombre específico como hacemos hoy en día. Podía llamársele de forma cariñosa con algún apodo o atribuirle una cualidad animal según su carácter o sus primeros gestos. En todo caso, la forma de identificarlo era con el nombre de parentesco, es decir, sus padres le llamaban “hijo” o “hija”, y sus tías y tíos maternos también. Sus abuelos le llamaban “nieto” o “nieta”. Con sus hermanos el trato era igual. Sus demás parientes según la categoría del parentesco. En pocas palabras, el nombre del parentesco reemplazaba el nombre propio.

El ingreso de las escuelas y del sistema de identidad (bautizos, registros de nacimientos, DNIs) ha generado de que las madres les pongan nombres propios a sus hijos e hijas. Ahora son individuos propios. Antes eran individuos colectivos, es decir, su identidad se circunscribía al parentesco, a la familia y al colectivo, hasta lograr la vida adulta, cuando destacaban en algunas especialidades de su genero y eran reconocidos con “apodos” o aforismos.

Antiguamente las mujeres daban a luz solas, en el bosque, en un lugar elegido por ellas y a veces asistidas por sus madres o abuelas maternas. Ella sabía qué hacer. Incluso de ella dependía si el recién nacido vivía o moría. La potestad de la vida reside en quien la engendra, así de claro. Hoy en día las mujeres asisten a las postas de salud y son atendidas por las enfermeras. Desde este momento ya se le exige a la madre el nombre propio del niño o niña. La identidad individual servirá para que luego el recién nacido pueda acceder al sistema de salud y educación públicas.

De preferencia la madre es quien se encarga de la crianza y los primeros cuidados del niño o niña. La abuela materna interviene cuando la madre es muy joven o inexperta, o cuando está ausente por largos períodos de tiempo. La madre lleva a su hijo o hija en los brazos todo el tiempo, incluso cuando hace algunas labores de la casa, como cocinar, limpiar, ir a la chacra, recolectar, traer la yuca, etc. Cuando la madre tiene hermanas menores y sin compromiso, éstas apoyan en la crianza. Lo mismo sucede si la hija o hijo tiene hermanas mayores.

El niño o niña recién nacido requiere de atención y cuidados permanentes y la madre o sus asistentes se ocupan de eso. Un momento importante es cuando el niño o niña da sus primeros signos de independencia: gatear y caminar. Empieza a separarse de su madre, aunque ella siempre está pendiente. En este momento es cuando la madre y la familia empiezan a corregir al niño o niña; le dan las primeras directrices: “qué no tocar y qué no meterse a la boca y a dónde no debe ir”. Le enseñan a reconocer el peligro. La enseñanza es rápida, práctica y directa, sin mucho consejo y sin gastar palabras. Al principio es una advertencia y luego, cuando no da resultado, basta con un manotazo en la mano o en las piernas. La lección está dada y el niño aprende sin titubeos. Esto es así porque los animales del bosque, los barrancos y el río no titubean cuando se trata de tomar la vida de niños y niñas desprevenidos.

Cuando el niño o niña ya camina por su propia cuenta, a eso de los cuatro o cinco años, ya tiene todas las consignas dadas y puede diferenciar el peligro, la diversión, la responsabilidad, las órdenes y sus obligaciones. En muchos casos es un ser autosuficiente. He visto niños y niñas de esa edad que se preparan sus alimentos si tienen hambre, se acuestan solos, se visten solos, alistan sus cosas de la escuela solos y se van solos. Sus compañeros son los niños y niñas que están en el mismo promedio de edad. Entre ellos socializan dentro y fuera de la escuela. Se van a pescar, al río a bañarse, a jugar, acompañan a los mayores, etc. Son independientes desde temprano y cuando llegan a la juventud y la adultez ya deciden por sí mismos.

Los niños y niñas andan juntos hasta los nueve o doce años. Los roles de género no aparecen claramente hasta este momento. Las niñas empiezan a ser entrenadas en su rol de mujeres: apoyan a sus madres en las tareas del hogar: preparan los alimentos, limpian la casa, traen la yuca, atienden a los hermanitos menores y a las visitas. Los niños están afuera, jugando a ser cazadores o pescando, acompañando a sus tíos o padres a la chacra, nadando el río o viajando con ellos.

Con la primera menstruación, la mujer consolida su rol de género. Ella es separada del grupo y entra en un proceso de purificación antes de salir a la sociedad como mujer. Sabe que debe tener una pareja y formar una familia. El joven, en cambio, buscará una esposa para formar un hogar. Como el varón es viajero y explorador, buscará una mujer fuera de su comunidad.

Aquí surge una preocupación constante entre los educadores, ya que las jóvenes, a los 14 o 16 años, dejan el colegio para cumplir su rol social de mujeres, mientras que los varones siguen estudiando hasta terminar su secundaria. Aquí hay un error clásico de la escuela moderna: considerar que la mujer no estudia porque es mujer y tiene que atender a su esposo y criar a sus hijos. Es cierto que la mujer prefiere formar un hogar antes de ir a la escuela, pero no se niega a estudiar. El problema es que el sistema educativo formal está centralizado en una estructura y en profesores/as asentados en dicha estructura sin salir de ella. La mujer, esposa y madre, puede ser educada en su propio espacio hogareño. Pero el sistema educativo es inflexible y prefiere juzgar antes de solucionar el problema.

Desde muy temprano los niños son formados con reglas de convivencia y respeto. Una regla imponderable es el compartir. El pan de un niño puede partirse en mil pedacitos con tal de invitar a todos sus amigos y compañeros. Otra regla es el respeto a los animales y seres del bosque, porque a través de ellos puede venir la enfermedad, la salud, la prosperidad o las carencias. Pero además, los niños y niñas saben a quién obedecer y respetar. Tienen autoridades definidas. No respetan a los extraños por ser “mayores” o porque “merecen respeto”; se alejan de ellos o los tratan con indiferencia, incluso los retan. El respeto de los niños y niñas hay que ganárselo, pero no con caramelos o dádivas, sino con firmeza y paciencia, y a veces con dureza. Desde luego, el niño o la niña también responden al cariño y al estímulo.

Otro tema importante es la forma en que los padres corrigen a sus hijos e hijas. En general, es la madre quien se encarga de corregir. No olvidemos que la madre tiene potestad sobre su hijo o hija. Las faltas menores se corrigen con advertencias, reprimendas o amenazas. Las faltas graves se corrigen con castigos más severos, como sobadas con ortiga o pegándoles con otros objetos. Es un solo golpe y no una repetición de golpes a la manera de ataque de furia. Hay que saber diferenciar. Pero si debemos hablar de castigos, también hablemos de los premios o el afecto que la madre ofrece a su hijo o hija. El contacto corporal entre madre e hijo/a es constante y permanente, los tratan con ternura, los adornan, los bañan, les quitan los bichos de la cabeza, les cortan el pelo y les pintan la cara. El niño o niña es tratado afectuosamente, amorosamente.

Cuando los castigos son crueles, por lo general ocurren en hogares fragmentados y fueron ejecutados por la madrasta o el padrasto u otra persona encargada del cuidado del niño o niña. El/la docente es quien debe estar atento a este tipo de situaciones para corregirlas, dando afecto al niño o niña y aconsejando a sus padres. En ningún momento debe atribuirse la potestad de corregir al niño o niña sin la autorización o pedido directo de la madre o la abuela materna. El salón de clase debe ser, ante todo, un lugar de enseñanza y afecto.

CONCLUSIONES

Los roles de género son la extensión social de la cualidad biológica que reside en el sexo. Pero de ninguna manera constituyen roles equívocos, menospreciados o indiferentes, sino más bien son roles complementarios que tienen la finalidad de promover, consolidar o proyectar la vida biológica y social. El/la docente debe valorar estos roles y acomodarse a ellos para que pueda ejercer su labor pedagógica y social.

La familia es el ADN de la comunidad. Es la fuerza que impulsa y sostiene al individuo, por ello es biológicamente numerosa y socialmente extensa. En este contexto el niño o niña, si bien depende de la madre en primera instancia, es también un ser social que se alimenta de los demás miembros de la familia. El/la docente no es parte de la familia, es un agente externo con un rol específico: enseñar el idioma y las características de la modernidad. Pero esta condición es más bien una ventaja, porque según su autoridad, puede influir en el destino de la familia y la comunidad.

La crianza del niño o niña es potestad de la madre, sin embargo, a una edad determinada los hijos e hijas son independientes y socialmente productivos. Saben defenderse, deciden, se relacionan, interactúan, retan y ejercen autoridad con los menores. Su interacción con el/la docente puede ser dificultosa o áspera, pero a la larga saben reconocer la autoridad cuando esta se gana.
El ejercicio de la docencia en las comunidades nativas debe ser un compromiso permanente, y debe anteponer el afecto por sobre la formación pedagógica. En todo caso, el/la docente debe formar al niño o niña para la modernidad, para interactuar con la modernidad y pueda vivir en ella sin sentirme menos, explotado o vulnerable. Así también, la educación formal debe ser flexible, es decir, acomodarse a los roles de género, a la forma de criar de la familia y al comportamiento de las niñas y niños para que pueda llegar a todos y todas, con calidad y sin distinción.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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