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Fundamentalismos y encrucijadas en la selva



En el andar de este alegre peregrino del bosque y el río, hubieron muchas anécdotas que me provocaron más de una risa histriónica. Hoy les voy a contar una que escuché hace mucho tiempo, pero que las lecciones y las risas aún mantienen la misma intensidad.

Un día llegué a la Misión de Kirigueti, que entonces era regentada por uno de los misioneros dominicos más finos que pudiera haber, el Padre Santiago Echevarría. Él me contó esta historia de lo más inverosímil, aunque su versión fue labrada como un hecho sin importancia, una bagatela que no servía ni para el chisme. Así es el Padre Santiago, tiene la virtud de rebajar los hechos descomunales a palabras sobrias, aunque termina acuñando la lección con una finísima ocurrencia.

Y así les cuento que había una jovencita del bosque y del río que estudiaba en el internado de la misión, tendría 14 años, era fresca, original, suelta, extrovertida, conversadora, de ánimo virtuoso, de una raza radiante y una belleza inefable. Pero de pronto, en el salón de clases ella se desploma y se retuerce como puerco en el matadero, voltea los ojos y entumece las manos, vocifera tonos ininteligibles y alaridos hirientes. Sus compañeras de estudio y los profesores la acuden tratando de aliviarla o al menos sujetarla para evitar que se dañe. Ante tal escenario luciferesco, dos de las hermanas que apoyan en la misión salen corriendo por sus rosarios y crucifijos, pero el Padre las pone en su sitio diciéndoles, “a dónde vais, dejaos de bobadas y venid y lleven a la muchacha al médico para que le ponga un calmante”. El supuesto demonio salió corriendo al sentir el pinchazo de la jeringa. Santo Remedio, se acabó el exorcismo.

Desde luego, la jovencita fue tratada por varios especialistas durante los próximos meses con la finalidad de averiguar el origen de su mal. La conclusión fue que sus espasmos nerviosos se debían a un conflicto personal que, al no encontrar reconciliación, había perturbado su psique al punto que ya no podía ejercer el control de su cuerpo.

Resulta que su hermana mayor, decididamente evangélica, con ese discurso anticatólico intransigente, la increpaba como solo las doctrinas fundamentalistas saben hacerlo, diciéndole que debía dejar el apoyo de los misioneros y sus rituales, que debía convertirse a la verdadera religión. Una encrucijada inminente germinó en la joven: por un lado los consejos de su hermana recién convertida y por otro la voluntad de sus padres de que siga estudiando en la Misión Católica. Se confunde. Está perturbada. Su mente sufre, su ánimo se daña, la ternura de su alma se corrompe. Colapsa. El demonio hizo su trabajo, dividir.

No es la primera vez que en el andar de este alegre peregrino escucho o veo casos similares, ya que las doctrinas fundamentalistas están a la orden del día por aquí, poniendo a la gente del bosque y del río en una disyuntiva existencial tan perniciosa como cualquier enfermedad. Me refiero a todos aquellos discursos exógenos que se imponen como verdades inalterables y únicas, que ganan adeptos en base a la difamación de las verdades ya establecidas.

Pensemos un poco si ese discurso de la preservación de la identidad, la cultura y el idioma originarios, esa atractiva economía de mercado, esa novedosa interpretación religiosa, esa moda extractivista, ese deslumbrante avance tecnológico, esa promesa civilizatoria de la educación, ese método infalible de la salud pública, ese denodado esfuerzo por cuidar los bosques, las plantas y los animales, todos esos discursos que llevamos a la selva como gran novedad, pensemos si no se han convertido en verdades incuestionables, en doctrinas intolerables, en fundamentalismos disfrazados de interculturalidad.

Debemos darnos cuenta que la selva es tan inmensa que hay campo para todas las verdades sin necesidad de que se atropellen entre ellas. Si acaso en vez de rechazar o difamar simplemente sumamos, agregamos o damos cabida. Aquí los espíritus del bosque y del río son receptivos, horizontales, llanos, siempre mirando al presente. Acogen todas las ideas con un pluralismo impresionante, las procesan, las conversan, las refinan y luego las ponen en práctica según sus principios fundacionales. Pero en el momento que anteponemos las benditas encrucijadas de izquierda o derecha, tradición o modernidad, conservación o extracción, chamanismo o cristianismo, verdad o mentira, pues estamos en camino de ser una raza espasmódica.

Dejemos que el río fluya a sus anchas y que el bosque florezca en todas sus formas, porque la única doctrina posible es avanzar recogiendo a los demás, compartiendo, siendo solidarios, queriendo, curando, orando, apoyando, cooperando, siendo justos, verdaderos, innatos, certeros, originales.

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