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Un viaje en busca de la identidad de un anciano sharanahua. A la memoria de Don Martín

Relato.-

Don Martín era tan anciano como el tiempo. Creo que los niños y niñas, que ahora son jóvenes, siempre lo conocieron viejo, por eso le decían “chatá” o abuelo. Su aspecto era inusual: corvo pero fornido, lento pero incansable, pausado pero dulce. El caballero siempre fue para mí una incógnita, porque el color de su piel me alucinaba. Era blanco como un gringo, de canas plateadas y entrelazadas, ojos verdes sin duda, pero imperceptibles por la frondosidad de sus cejas rubias. Nariz gruesa, labios prominentes, rostro desgastado por el sol más que por el tiempo. 

En cuanto me veía, siempre se acercaba para solicitarme algo. Una vez llegó raudo, esforzando su bastón al máximo, y me habló con ese dulce tono en falsete que usan los sharas para conversar con las personas a quienes estiman. Prácticamente me suplicaba, me pedía algo urgente.

Mientras me hablaba, yo no terminaba de entender cómo un hombre blanco, un anciano gringo, era un shara convicto y confeso. Recuerdo que sentí el mismo shock al conocer a mi querido amigo Marden Paniza, un músico de la comarca indígena Kuna Yala de Panamá, a quien le decían “el alvino”. La pregunta se repite: ¿Cómo es que Don Martín, como Marden, es blanco como la leche y aún así actúa como un verdadero sharanahua?

Pero regresemos al pedido, a la súplica. Don Martín quiere que lo lleve a su comunidad, a ocho horas de viaje en bote a motor, surcando el río. Vino a Sepahua para cobrar su Pensión 65, un programa de ayuda social del gobierno, pero no encuentra su Documento Nacional de Identidad (DNI) y sin eso no puede recibir el dinero, así que quiere regresar a su casa, donde seguramente se quedó el documento, y volver rápido a Sepahua para cobrar su platita.

“Desde luego Don Martín -le digo- para eso estamos, para servir”. Así que entusiasmado sube a mi chalupa con la velocidad con que se creó el universo. Está contento, emocionado. Surcamos. En el viaje fumamos mapacho (cigarros hechos de hojas de tabaco), solo para rememorar las varias ocasiones en que tomamos juntos la Planta Maestra, la ayahuasca. 

Estamos en la proa, disfrutando el viento, el aroma del río y de los árboles, apreciando la inmensidad del cielo y de las nubes, y retando al tiempo a que nos ponga a prueba. Magnífico. El humo del mapacho choca en el motorista, que está en la popa, pero éste no se molesta, porque le compartí mi hallpa sagrada, mis hojitas de coca. Debo decir que ambos, hojas de coca y mapacho, al compartirlos, me han llevado por aventuras inimaginables dentro del corazón humano. Compartir es un acto de desprendimiento, pero disfrutar del compartir es verdaderamente un privilegio. 

Mientras miro a Don Martín fumando su mapacho, trato de determinar su procedencia, me refiero a su piel blanca: que si fue raptado por los sharas cuando niño, que si fue el resultado de un salto genético, que si la permanente endogamia entre los sharas generó un “chocolate blanco”, un alvino, como el caso de mi amigo Marden.  

Mientras cavilaba en mis suposiciones, Don Martín bate las manos desesperadamente, avisando que debemos detenernos en la playa contigua. El motorista me mira para saber si estoy de acuerdo. Confirmo la orden moviendo la cabeza. Paramos. Yo bajo del bote raudo (siempre el tiempo apremia en los viajes), pero Don Martín baja con la rapidez con que se creó el mundo y empieza a rebuscar en la arena de la playa. Nos dice que acampó aquí anoche, antes de llegar a Sepahua, y que talvez se le había caído el DNI. De inmediato el motorista y yo ayudamos a buscar, removemos la playa, literal. Después de media hora no encontramos nada. Le sugerimos a Don Martín que avancemos, que no hay nada. Don Martín nos hace caso, pero sube al bote a la velocidad con que apareció la vida en la Tierra, sin dejar de ver la playa, por si aún puede avistar su DNI, ese plástico azul en donde está su nombre, apellido, edad, número y huella digital que él mismo no recuerda, pero que necesita para cobrar sus 200 soles. 

Nos alejamos y Don Martín no logra desprender la vista de la playa, siempre tratando de encontrar el preciado “puntito azul”. Su cuello tuerce a más no poder, parece un motelo tratando de girar sus pliegues al límite. Por mi parte, sigo sin descifrar de dónde vino este hombre, ¿¡por qué es blanco!?

Felizmente aparece otra playa y Don Martín regresa su cuello al frente y hace señales para detenernos. Paramos a pesar del reclamo del motorista, que quiere llegar de día a nuestro destino. Otra vez iniciamos el ritual de buscar el plástico azul en esta playa. Removemos todo, parece que buscamos oro. No sé, solo vemos restos de orín y excremento, huesos de pescado, fogatas apagadas, huellas de animales, pero no hay DNI. Don Martín se da cuenta que fue en esta playa donde acampó anoche y no en la playa anterior donde estuvimos buscando…

Tenemos que avanzar. Retomamos el viaje de surcada. Avistamos otra playa. El motorista y yo nos miramos, sabemos que Don Martín querrá bajar para buscar su DNI. No hay que ser adivino para saber el “modus operandi” del anciano shara. Paramos en la playa y le preguntamos si esta es en realidad la playa en la que acampó, que la mire bien, que se percate antes de bajar y buscar insatisfactoriamente por más de media hora en el sol ardiente y acusador. Martín (en este punto la falta de paciencia evita que le diga “Don Martín”) nos dice que no, que esta playa no era en la que acampó anoche, pero que sí paró para almorzar, así que aquí debió caerse su DNI. 

Bueno, que empiece la faena. Martín baja de la chalupa con la velocidad con que debieron aparecer los primates en la Tierra. Buscamos el susodicho DNI, por su puesto sin éxito. La arena ya la tenemos hasta la coronilla. El motorista solo atina a acelerar su motor sin avanzar un milímetro, dándonos a entender que “ya estoy cansado de esto, apúrense, ya debemos partir”. 

Martín sube al bote sin quitar la mirada de la playa, tratando de encontrar el preciado “punto azul”. Salimos de allí. El motorista acelera como nunca, pasando de largo varias playas, a las que Martín mira sin remedio y apenado, poniendo las manos en el borde del bote y “escaneando” la playa desde lejos con sus ojos de águila agotada. Parpadea una y otra vez mientras damos la vuelta al codo de playa, tratando de encontrar el “brillo azul”. 

“No me parece justo. Yo soy el jefe de esta expedición, yo pago el bote, yo pago al motorista. Me falta carácter carajo”. Me increpo a mí mismo y de inmediato ordeno al motorista parar en la siguiente playa. Éste masculla sin remedio y escupe las hojas de coca con fuerza. Ya la coca ha perdido su sabor. Paramos en la siguiente playa. Don Martín baja rápidamente, con la velocidad con que apareció el homo sapiens en el mundo, y todos, menos el motorista por su puesto, buscamos el plastiquito azul. Removemos troncos secos, leña consumida, piedras, restos de frazadas y esteras. Nada, nada, nada, no hay el DNI. Don Martín pone una cara de interrogación que parece decir “¿Era esta la playa donde almorcé o era otra?” Se rasca la cabeza, me mira, pero no me dice nada porque pongo mi cara de idiota. Nos miramos otra vez y reímos juntos. Yo suelto una de mis famosas carcajadas y él apenas ríe y luego tose. Todo su cuerpo se mueve. Su risa ronca y suave es una sinfonía del movimiento. Cuando ríe deja de estar corvo y viejo, se renueva, suelta el bastón y mira hacia arriba y luego hacia abajo, ríe con sobriedad, ríe y se renueva, es otro. Luego vuelve en sí. Mientras lo veo reír, sigo preguntándome ¿¿por qué es blanco este hombre, si no hay sharas blancos??

Buscamos en todas las playas del camino, en la que durmió, en la que almorzó, en la que desayunó, en la que pescó, en la que orinó, en la que tomó agua, en la que sacó una tangana, en la que cambió la gasolina del motor “peque”, en la que atrapó pescado, en la que dispararon un cartucho, en la que asaron la carne, en la que saludaron a otros sharas que surcaban y en todas las playas en donde no pasó absolutamente nada, pero que él jura que pasó su DNI. 

Nunca encontramos el DNI y el motorista estaba echando más chispas que el motor Suzuki de 40 caballos que da impulso a la chalupa. Hemos pasado tanto tiempo buscando el famoso DNI, que a esta altura la humanidad está en su apogeo y su economía depende de la extracción de combustibles fósiles, como en Camisea. Pero yo seguía sin determinar por qué Don Martín era blanco.

Finalmente llegamos a nuestro destino. Don Martín ni siquiera se despidió. Bajó de la chalupa con una velocidad que no había demostrado durante todo el viaje. Fue directo a su casa, a revolverla entera en busca del DNI. 

Pasaron dos días y no volví a ver a Don Martín. Fui a su casa para saber qué pasó. No estaba, había bajado a Sepahua al día siguiente. Resulta que le llamaron por radio para decirle que encontraron su DNI, que siempre estuvo entre sus cosas, allí en Sepahua. Solté una de mis carcajadas. El motorista, que me acompañaba, se dio la vuelta en silencio y no lo vi hasta el día de la partida. Supongo que desapareció para meditar en silencio sobre la forma de ser de los sharas.

Supe que Don Martín logró cobrar sus 200 soles en Sepahua. El motorista estaba más feliz que nunca en todo el viaje de regreso, con coca, mapacho y sin sharas a bordo. Yo seguía sin determinar por qué aquel shara era blanco.

Esa gran aventura pasó hace tres años. Pero anoche, sábado ocho de mayo, falleció Don Martín mientras su bote surcaba el río. Él viajaba en la proa, echando ojo a las playas, tratando de encontrar sus mejores recuerdos. De pronto apareció otro bote en sentido contrario. Ambos chocaron. El impacto fue fatal. La hora es la hora. Anocheció para Don Martín. El río se lo llevó a una de esas playas bellas, confortables y eternas, en donde Papá Dios le estará recordando el brillo que regó por allí, en las playas de los demás. ¿Diosito se estará preguntando por qué esta alma, que viene de su hijo sharanahua, es blanca como un gringo? No, no, Papá Dios no se pregunta tonterías, Él mira el corazón y punto. 

Papá Dios se dirige a Don Martín con ese dulce tono infantil, ese falsete sharanahua que manifiesta respeto, para preguntarle sobre la vida. Ambos ríen, porque Don Martín le cuenta a Papá Dios el día en que me hizo buscar su identidad en todas las playas del río Mishagua…

Donaldo Humberto Pinedo Macedo.

Cusco, 09 de mayo de 2021.

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