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La gente del bosque y del río en el Bajo Urubamba


A lo largo de esta conferencia me gustaría responder de manera breve y reflexiva las siguientes preguntas: ¿Qué son Pueblos Indígenas y por qué no concuerdo con su definición? ¿Qué es el Bajo Urubamba y cuáles son sus límites? ¿Qué pueblos indígenas hay en el Bajo Urubamba y cuál es la situación de su cultura ancestral, ahora, en pleno apogeo del boom gasífero?

(Conferencia ofrecida en la ciudad de Quillabamba, el 06 de julio de 2018, en el marco de la Segunda Feria del Libro “Alfredo Encinas Martín”).

¿Qué son pueblos indígenas?

El término fue elaborado y acuñado por las Naciones Unidas en 1989. Los “Pueblos indígenas” son aquellos grupos de personas cuya forma de vida y de organización es distinta a otros sectores de la población moderna, y que están regidos por sus propias tradiciones. Los pueblos indígenas son además descendientes de los grupos humanos que estuvieron antes del proceso de colonización o definición de fronteras, quienes conservan parte o la totalidad de sus instituciones tradicionales, y que además tienen conciencia de su identidad o de su pertenencia al grupo (Convenio 169 de la OIT, 1989).

Personalmente difiero con la utilización y la proyección que está tomando esta categoría conceptual. Considero que el término “Pueblos Indígenas” y su consecuente definición es confrontacional y excluyente. Cabe recordar que las instituciones y las personas que estuvieron detrás de la definición de este término partieron desde una confrontación trágica entre tradición y modernidad. En efecto, el concepto nació en respuesta al genocidio, a la exterminación, a la esclavización, a la exclusión y a los desplazamientos forzados que ocasionó la instalación de los estados modernos en los territorios indígenas. Quiero decir que no solo nació como una respuesta a la confrontación trágica entre pueblos originarios y colonizadores, sino que además creció y se orientó hacia una confrontación con lo “no indígena”, y esto es en contra del “mestizo”, del “colono”, del “extranjero” y del que “no es paisano”. Prácticamente en contra del otro diferente. Incluso su redes discursivas atacan la modernidad como amenaza de la tradición. Por eso digo que es, en sí, una definición excluyente, confrontacional.

Ahora bien, debo reconocer que gracias a este término los estados modernos están avanzando en aplicar los derechos y deberes ciudadanos a estas poblaciones históricamente postergadas. Pero ¿La distinción o la categorización social basada en la confrontación y en el exclusivismo es la única forma de conseguir los derechos civiles?

Como el término “indígena” nació de la confrontación, el camino de su afianzamiento transnacional no tuvo otra opción que dejar a un lado, olvidar o simplemente desistir de forjar una alianza o una reconciliación con quienes eran los no indígenas, o los que constituían, en su idea, sus actuales o históricos explotadores.

¿Cómo llamarlos entonces? ¿Qué término puede ofrecer un paraguas conceptual que sea inclusivo e integrador y que al mismo tiempo ofrezca una diferenciación concreta sin que sea exclusiva y confrontacional?

En este punto ustedes me dirán, “bueno, puedes llamarlos como tú quieras, incluso los estados nacionales pueden llamarlos como quieran, pero ¿Cómo se llaman a sí mismos, cómo se autodefinen?” Dejemos esta pregunta pendiente.

¿Qué es el Bajo Urubamba y cuáles son sus límites?

Bajo Urubamba es una categoría espacial, es una referencia geográfica construida en base al desplazamiento del río Urubamba, que va desde la parte alta, en este caso el Cusco, hasta su desembocadura o mejor dicho hasta su unión con el río Tambo, donde toma el nombre de río Ucayali. Todo este espacio sería la cuenca del río Urubamba.

Sin embargo, los que paulatinamente hemos colonizado el Valle de Urubamba saliendo del Cusco, más abajo hemos encontrado una frontera natural: el Pongo de Mainique. Aquí el río se encajona por entre dos gigantescas paredes de piedra y luego de un corto tramo se precipita en un amplio torrente de agua, dando paso a otro escenario amazónico. A partir de este punto, los cusqueños y especialmente los quillabambinos, dividen el río en Alto y Bajo Urubamba. Sin embargo, para los colonos o vallunos, el Bajo Urubamba es un territorio lejano y poco frecuentado. Es el territorio de los nativos.

¿Qué pueblos indígenas hay en el Bajo Urubamba?

Para fines de esta exposición solo hablaré de los pueblos indígenas que están en el distrito de Megantoni, cuyo territorio comprende desde el Pongo de Mainique hasta la confluencia del Urubamba con el Mishagua.

La población nativa en esa zona pertenece a la familia lingüística Arawak. El grupo mayoritario son los Matsigenka, indudablemente. Matsigenka quiere decir “persona, ser humano (en contraste con otros seres); miembro del grupo étnico machiguenga en contraste a otros grupos” (Pequeño diccionario machiguenga – castellano, de Betty Snell, 1998, pág. 146, editado por el ILV). El otro grupo mayoritario son los Yine-Yami, que traducido al castellano quiere decir: “persona, ser humano”. El tercer grupo según número de población son los Ashaninka, palabra matsigenka que quiere decir “paisano”. Otros grupos menores son los llamados Nanty, palabra matsigenka que quiere decir “Yo soy”. Están también los matsigenka a quienes llaman Kirineri. Hay otro grupo de Ashaninkas que se les llama Kakinte, que en matsigenka quiere decir “arisco”, “no domesticado” (Snell, 1998, pág. 105). En resumen, si tendríamos que ser estrictos, en el Bajo Urubamba hay tres grandes grupos: los Matsigenka, los Yine-Yami y los Ashaninka. Los Nanty y los Kirineri son sub grupos matsigenka y los Kakinte son un sub grupo Ashaninka. Pero si queremos ser específicos, estaríamos hablando de seis grupos, distintos en términos lingüísticos mas no culturales. Sin embargo, se debe aclarar que los tres grandes grupos (Matsigenka, Yine-Yami y Ashaninka) tienen mayor grado de interacción social con la modernidad que los demás subgrupos (Nanty, Kirineri y Kakinte).

Como ustedes pueden apreciar, en términos fundamentales ellos se llaman a sí mismos “personas”, “seres humanos”, “gente”. ¿Qué tan inclusivo es el término gente o que tan exclusivo puede ser? ¿Qué tendrían que hacer los estados modernos si a todos los históricamente excluidos los llamaran “gente”, “seres humanos”, “personas”? ¿Qué derechos y qué deberes se deducirían de estas categorías? ¿Quiénes estarían incluidos y quienes excluidos de la categoría “gente”, “persona” o “ser humano”? Dejo estas preguntas para la reflexión propia.

Ahora bien, antes que “pueblos indígenas” prefiero llamar a estos grupos sociales como “gente del bosque y del río”. Como hemos visto, en fundamento ellos se llaman así mismo como gente. En primer lugar son personas, obvio, gente como todos los presentes aquí.

Nos damos cuenta que el término “gente” nos une, a ellos y a nosotros. Vincula a todo ser considerado como gente. El término gente es universal, inclusivo, porque dilata las diferencias de género, de estatus y de condición étnica. Sin embargo, la gente del bosque y del río es distinta a nosotros, distinta en términos de pensamiento, discernimiento, hábitos, costumbres y lógica. ¿Qué los hace diferentes? Su relación con el bosque y el río amazónicos. Su vida está ligada y determinada por su relación con los demás seres que viven en el bosque y en el río. Esta forma de vida es distinta a la que nosotros, gente de la ciudad, hemos armado en medio de la tecnología moderna, el dinero, la profesionalización, las calles y las avenidas, los autos y los mercados, las residencias y las telecomunicaciones. Somos gente de la ciudad y tenemos una forma específica y diferenciada de interactuar entre nosotros y con los demás seres que viven en la ciudad. Aunque somos distintos de la gente del bosque y del río, al final ambos seguimos siendo gente.

¿Qué situación está atravesando la gente del bosque y del río en esta era de extractivismo?

Antes de responder a esta pregunta, me gustaría citar una frase del Padre Santiago Echevarría, quien hasta hace poco estuvo encargado de la Misión de Timpía, en el Bajo Urubamba: “Cuando dieron comienzo a los trabajos del Proyecto Camisea, nuestra comunidad se preguntó: ¿Qué será de nosotros después de 10 años? En la actualidad, sentimos que los impactos del proyecto son más severos de lo pronosticado por la TGP, pero menos catastróficos que lo anunciado por las ONG más agresivas” (“Historia contemporánea del Bajo Urubamba y presencia misionera”, de Rafael Alonso, 2007, pág. 86, en el libro Echarate, 150 años, editado por la Municipalidad de Echarate).

Ya van dieciocho años de iniciado el Proyecto Camisea, y los Matsigenka, los Yine, los Ashaninka, los Nanty, los Kakinte y Kirineri aún caminan entre nosotros. Incluso aquí en Quillabamba los vemos de forma permanente, demostrando que esta ciudad es un ejemplo de convivencia y continuidad. A propósito, el Padre Roberto Ávalos, encargado de las Misiones de Koribeni y de Timpía, suele decir que Quillabamba es la comunidad nativa matsigenka más grande del Cusco.

A muchos de nosotros nos preocupa la situación de la identidad y la cultura matsigenka. A medida que los proyectos extractivos avanzan en el Bajo Urubamba y el canon gasífero llega directamente al distrito de Megantoni, solemos preguntarnos qué será de los indígenas, qué será de la gente del bosque y del río, de su identidad, de sus valores culturales, de sus tradiciones. Por favor, les pido un poco de mesura con sus preocupaciones. No se aflijan por asuntos ajenos o por asuntos que la gente del bosque y del río sabe manejar muy bien.

La era extractivista ha llevado al Bajo Urubamba a una prosperidad económica que se refleja en obras de infraestructura, proyectos de inversión social, ambiental y cultural, ampliación del mercado de consumo a través de los comercios de Quillabamba y Sepahua, crecimiento de los servicios, creación de empresas comunales, inversiones en transportes y comunicación, etc. Con el distrito de Megantoni, ahora los beneficiarios directos de este boom económico son los matsigenka, finalmente. Está bien, hay prosperidad económica, y ¿Dónde quedan ahora la cultura y la identidad? ¿Podemos hablar de desarrollo cultural, de prosperidad social en esta era extractivista? Debo confesarles que cada vez que he tratado de encontrar debilidad o retracción de la cultura matsigenka, yine o ashaninka, siempre la gente del bosque y del río me ha demostrado todo lo contrario. Es una cultura sólida, fuerte, concreta, directa. Su fuerza reside precisamente en su dinamismo y practicidad. Se adecúa a los cambios, se acondiciona, se adapta. No le da miedo dejar de lado lo que pesa y mucho menos le da miedo tomar lo que le conviene. Es una cultura que acepta el futuro, la modernidad, la tecnología, el movimiento de los comercios y el mercado. Es una cultura que acepta el idioma predominante o la lengua general si a través de esta seguirá manifestando su pensamiento y su lógica. Es gente independiente. Es gente intrépida, le gusta explorar, experimentar, viajar, conocer, aprender, cruzar los puentes, encontrar los límites de su espacio. Son navegantes y caminantes incansables. Les gusta hablar, contar, decir, comentar, escuchar, invitar, acoger. Aprenden. Conocen. No se encierran en la carga filosófica de la identidad y la cultura, porque su cultura es dinámica y así la conciben. Ya dije eso pero lo recalco. Su cultura es práctica. Ya dije eso pero tengo que recalcar. Su cultura es del día a día en un ciclo interminable.

Pero después de tanto discurso, en la práctica, ¿Qué queda de la cultura matsigenka hoy? ¿Qué principios quedan de la gente del bosque y del río hoy, en pleno apogeo de la era extractivista? De ellos queda su facilidad para compartir, su facilidad para acoger al extraño, su facilidad para conversar con el extraño, su facilidad de sacarte toda la información posible mientras te invita yuca y masato, su facilidad para acomodarse a tu carácter y a tus intereses, su facilidad de aprender las cosas nuevas que traes, su facilidad de adquirirlas y desecharlas, su facilidad de negociar desde una gallina hasta un pozo de gas de millones de soles, su facilidad de ser compasivos, directos, francos y autónomos.

Por favor, les pido que en esta era de boom económico, ahora que las municipalidades tienen plata, les pido que no se gasten lamentando el futuro de la identidad y la cultura de la gente del bosque y del río. Les pido que más bien gasten su tiempo y dinero en mantener, preservar, conservar, proyectar, difundir estos valores, estos principios intrínsecos de la gente del bosque y del río: el compartir, la hospitalidad, la practicidad y el dinamismo cultural. La verdadera esencia de esta gente estará perdida para siempre si ganan terreno la envidia, el egoísmo, la acumulación, la ociosidad, la mentira, la diferenciación excluyente y la corrupción.

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