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El evangelio del don. La elocuente simplicidad en el acto de dar


Para esta gente, dar, al igual que recibir y devolver, es una actitud naturalmente arraigada en todos los seres

Es Semana Santa por estos lares. El fervor católico parece desarrollarse lejos, allá en los poblados o ciudades donde existe una misión o una iglesia. Aquí, donde el aroma del río y la refrescante lluvia prevalecen, Jesús y la semana que definió su legado son apenas un rumor, una noticia acogedora. El ritmo de la gente sigue pautado por la creciente del río, la palizada, la lluvia, el cultivo de la chacra, la pesca, la caza, las visitas, el fútbol y el abundante masato. Un día más en el cíclico verdor. ¿Cómo encontrar el Evangelio en este lugar?

En estos lares el manual del cristiano no tiene piso. Tampoco tiene techo. Aquí los principios teológicos y de supervivencia están escritos en el bosque, en el río, en la sabia continuidad de la naturaleza. Cada ser, animal, planta, mineral o espíritu, ofrece una sustanciosa parábola. La Buena Nueva está escrita por la Naturaleza y el Cosmos.

Algunos finos descendientes del bosque y del río aún leen el Evangelio Milenario: el agua del río es abundante e interminable para la corta vida humana. Los frutos de los árboles también son abundantes, periódicos y autosuficientes. El bosque cae con el fuego y se levanta con el tiempo. Los animales abundan donde el hombre no ha conocido la codicia (los insectos parecen ignorar esta regla). La Naturaleza ofrece vida en abundancia siempre y cuando se recomponga con la muerte. La Naturaleza es bondadosa, acogedora, considerada, perenne, irrefutable, independiente.

Algunos finos descendientes del bosque y del río aún aprenden y enseñan el Evangelio Milenario: Dar o darse a sí mismos no requiere de rituales y ceremonias complejas, no es un asunto de etiqueta o de redes sociales, no está condicionado al “por favor” o al “gracias”, no distingue raza o condición social. Para esta gente, dar, al igual que recibir y devolver, es una actitud naturalmente arraigada en todos los seres que, como el hombre, son parte de la naturaleza. Aquí, dar es una forma de ser, mejor dicho es una condición para Ser. Solo las sociedades que mezquinan el don, las que limitan el compartir, las exentas de bondad a manos llenas, solo ellas ritualizan el acto de dar porque buscan reconocimiento, aceptación, prestigio, honor, dominio, poder. En cambio, en aquellas sociedades donde el dar es tan natural como los ingentes frutos de los árboles, no es necesario aparentar ser bondadoso, porque todos lo son. Este es el Evangelio del Don entre la gente del bosque y del río.

Solo algunos extraños al bosque y al río han comprendido el Evangelio Milenario. Estos hombres y mujeres prevalecen por estos lares debido a su entrega y compromiso con la gente. Son los que dan sin esperar gracias, son los que dan sin escuchar reproches. Hay otros, sin embargo, que luego de percibir la infinita bondad del bosque y del río, practican la democracia de la ambición bajo el auspicio de la República de la acumulación. Reciben y reciben, devolviendo cosas y billetes que no vuelven a crecer nunca más.

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